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martes, 17 de julio de 2018

Insomnio

Apenas me tengo en pie. No recuerdo muy bien cuándo ha sido la última vez que he dormido una noche entera. A mi cabeza no dejan de llegar avisos y alarmas. Cuando por fin consigo dormir suena de nuevo el estridente sonido que me levanta del letargo. Bueno, levanta... Suponiendo que me he llegado a dormir.

Son las cuatro de la mañana, otra casa más se está derrumbando a causa del fuego y es mi deber ir. He perdido la cuenta de las que he conseguido salvar y las que se han caído consumidas por el apetito de las llamas. Ocurre cada noche, sólo de noche. Sólo de noche, joder. ¿Cuánto llevo ya sin dormir?

Llego, y por primera vez en todos estos días no me pongo manos a la obra de inmediato. No sé si es el sueño o que es la primera vez que me paro a observar el fuego como algo más que mi enemigo.
Esas llamas de más de 3 metros devoran lo que se encuentran a su paso. Están haciéndose dueñas de todo y si siguen así conquistarán los alrededores. 
Por suerte no hay nadie cerca aparte de mí. Los cristales de las ventanas explotan. Se escucha la madera del suelo crepitar. Se puede ver cómo poco a poco la fachada negra por el humo se entorna anaranjada al ser envuelta por las llamas. Es un paisaje infernal y aún con todo, es hermoso. ¿Qué será eso tan mágico que tiene el fuego, que cautiva la mirada y se adueña de mis pensamientos?

Esa mezcla de colores amarillo, naranja y rojo. Ese calor y esa sensación reconfortante que de repente me hace experimentar. Sentir el movimiento envolvente de las llamas. Perseguir con la mirada una de ellas, ver cómo desaparece y se fusiona con el resto, para que al poco tiempo despunte otra llama y pienses: "Esa es". Sentir que el tiempo no pasa y que si pasa no importa.
Sentir que por un momento puedo controlarlo, puedo domarlo y hacer que esas gigantes llamas se reduzcan al tamaño de la que desprende un mechero, me hace sentir poderoso. Me siento grande. Me siento invencible. Puedo domarlo. Puedo controlarlo. Puedo someterlo y hacerlo plenamente mío con mis propias manos. Sé que puedo.
Siento en mi estómago cosquillas, nauseas y hasta un cierto nudo en la garganta. Como cuando por fin consigues quedar con la persona que te gusta y estás de camino a tu primera gran cita. Siento ese hormigueo y esos nervios que no molestan pero captan toda tu atención. Creo que me estoy enamorando.

Noto cómo mi mano me arde, suelto el trapo envuelto en llamas que sostengo, me miro la mano y veo que está en carne viva. Me asusto y suelto el mechero que tengo en la otra mano. Caigo de rodillas mientras, envuelto por el estupor, intercambio miradas entre las palmas de mis manos y la casa en llamas que tengo enfrente. Lágrimas comienzan a brotar de mis ojos golpeando una a una mi mano quemada. Me duele. Me duele mucho pero no me importa el dolor porque he vuelto a hacerlo, he vuelto a provocar un incendio...

Despierto sobresaltado de mi cama, con la cara llena de lágrimas y lo primero que hago es mirarme las manos. No hay ninguna herida. A continuación miro al frente. No hay ningún incendio. Aún es medianoche. Me vuelvo a recostar y mirando al techo me seco las lágrimas. Una vez más, otro incendio no me deja dormir.