Pues este relato lo escribí para un concurso cuya temática era "Otra cerveza, por favor". Desgraciadamente y con algo de decepción no ha sido seleccionado finalista. Aún así me gustaría que al menos no se pierda en el olvido.
¿Qué
hora será? Miré
al reloj. Las dos de la mañana – dije
para mí mismo.
Un sábado más me encontraba
apoyado en la barra del bar de siempre, rodeado de, básicamente, las mismas
personas de siempre. Es un bar oscuro. Al fondo hay varias mesas redondas
rodeadas de sillones, en apariencia cómodos. Ahora que lo pienso, llevo
viniendo cuatro años y nunca he llegado a sentarme en uno de ellos. En
ocasiones veo parejas sentadas hablando relajadamente; otras veces se besan
apasionadamente, o simplemente se limitan a beber sin apenas mirarse el uno al
otro, de forma que, si me dijeran que son dos desconocidos, me lo creería.
Algunas veces vienen grupos de personas que han salido de trabajar y se sientan
en aquellas mesas, esperando a que les lleven sus bebidas. Pero a las dos de la
mañana esas mesas y esos sillones están ya vacíos. Cuatro hombres, cinco
conmigo, somos los que quedamos apoyados en aquella barra de aquel bar oscuro.
Una barra repintada de negro. Se pueden
ver huecos de la pintura antigua y burbujas de pintura nueva seca, humedecida
por el rastro de las bebidas y marcada por el nulo uso de los posavasos.
Algunos de esos hombres visten trajes y otros van trajeados. Yo pertenezco a
los primeros. Visto traje, no por gusto, y hace tiempo que dejó de ser
obligación. Simplemente lo visto. Cada día me lo pongo y termino en este mismo
bar. Sin embargo, los hombres trajeados visten el traje que da gusto.; cuidan
el mínimo detalle: que la corbata conjunte con los zapatos o que la camisa sea
acorde al traje elegido. Yo ni me molesto, al final siempre visto lo mismo.
Miro al frente y me dirijo al
hombre que está al otro lado de la barra, también apoyado como lo estoy yo. El
olor a alcohol era tan fuerte que no podía discernir si era mío o suyo. Levantó
la cabeza y por un breve instante hicimos contacto visual. Entendí esa unión de
nuestras miradas como una invitación a hablar, así que hablé.
-¿Sabe? –Comencé –Estoy ya
cansado de siempre lo mismo. ¿Usted no? He pensado en dejar mi trabajo o en
divorciarme, ya ni sé las veces. He pensado en quitarme la vida incluso, pero
no me he atrevido. Cada día le presto menos atención a mi aspecto. Hace tanto
que mi mujer y yo no tenemos sexo que ni me acuerdo. Ya no sé si es que ella
está con otro hombre o simplemente no quiere o soy yo que no le atraigo. Aunque
siendo sincero, tampoco le pongo mucho interés. A veces miro a mi hija y pienso
en si ella tendrá relaciones. De ser así, me alegro por ella, pero la envidio. ¡Ojalá
volver a tener veinte años! Sin preocupaciones más allá de estudiar. Con un
plato de comida en la mesa. También me acuerdo de mi madre. Que descanse en
paz. Y del cabrón de mi padre. Ese malparido nos dejó a ella y a mis dos
hermanos con una mano delante y otra detrás. Bendita mi madre que nos consiguió
sacar adelante. Aunque perdone que le diga: ¿Para qué? ¿Para acabar en un bar
de mala muerte rodeado de borrachos y yéndome a mi casa oliendo a alcohol y
cerveza? Si llego a saber que este era el futuro que me deparaba, le hubiera
ahorrado a mi madre la carga de sacarme adelante. Me habría encantado haber
aprendido música y tocar la guitarra o el piano y haber sido un gran músico.
También es verdad que mucho más lejos no han llegado mis hermanos. Uno muerto
de varicela, el pobre, a los dieciséis años, y el otro cartero y sufre de gota.
Detuve mi discurso por un
momento. Alcancé un vaso abandonado en la barra que aún tenía algo de líquido
dentro. Lo miré y moví lo poco que tenía de un lado a otro. Me acerqué a
olerlo. Era whisky. Lo volví a dejar en la barra y lo aparté a un lado con la
muñeca. Me pareció que mientras hacía este ejercicio el hombre al que me
dirigía dijo algo, sólo que no lo entendí o no le presté la atención
suficiente.
- ¡Hum! Me encanta el whisky.
–Proseguí – No sé cómo puede haber quién no beba esto. Mi hija la primera que lo
odia, de hecho, cuando me ve con una copa me dice que es como chupar serrín.
¿Qué sabrá ella? Si a los jóvenes de hoy en día les sacas del vino barato y la coca-cola o de los gintonic, que cada vez se parecen a cualquier cosa menos a una
copa, y no tienen ni idea. No tienen ni idea. Todo el día frente al teléfono.
Que no salen de casa. El otro día mismo me dice que le dejase dinero, que está
de compras. Yo la miraba y estaba tumbada panza arriba en la cama mirando a la
pantalla del móvil. Para irse de compras habrá que salir de casa, ¡digo yo!
Para colmo mi mujer le da la razón y me llama “carca”. No, si la culpa va a ser
mía por rodearme de gente como esta. Trajeada y tan asqueada de su triste vida
que están un sábado a las, ¿qué hora es? Las dos y media de la mañana, solos,
bebiendo. Aunque os entiendo, sinceramente. Por algo estoy aquí. Volver a casa
me asusta. Mi hija vive en un mundo completamente distinto al mío y a mi mujer
cada día la veo más lejos, así que si me dan a elegir entre irme a casa y
sentirme sólo o estar aquí y estar sólo, prefiero estar aquí. Porque, ¿sabe? No
es lo mismo estar sólo que sentirse sólo. Cuando uno se siente sólo es un
problema. Pero cuando uno está sólo no se siente sólo. A ver si me explico: sólo
nunca estoy porque estoy conmigo mismo. Pero cuando voy a mi casa, hay algo de
mí que ni me aguanta. Mi hija se encierra en su habitación y mi mujer, aunque
está ahí sentada en el comedor conmigo, está completamente ausente. Que también
pienso yo, que igual no le doy el clima propicio para conversar. Porque en esta
vida todo tiene dos caras y no todo será cosa suya. Algo mal haré yo también para
preferir estar aquí sólo que allá con ellas.
Hice una breve pausa, tomé aire y
mirando hacia arriba continué:
- ¿Sabe qué es lo peor de todo?
Que en realidad tampoco quiero hacer nada por mejorarlo. La desesperación me
inunda y la respiración me es cada día más pesada. Estoy tan sumido en esta
rutina y en esta mierda que no tengo ni ganas de hacer nada por cambiarlo. Son
muchos años igual y me parece hacer demasiado esfuerzo a estas alturas. Ahora,
que si ella hace algo… quizás le corresponda…quizás haga yo por estar bien. Qué
fácil es pasarle la pelota a la otra parte, ¿verdad? ¿Ve? No es más que una
muestra más de que no quiero cambiar nada, de que mi vida está mal y que
mientras no vaya a peor, me conformo con que así siga. Que se mantenga lo mal
que está y que no vaya a peor. Con eso me conformo. Prefiero estar sólo a
sentirme sólo. Prefiero estar aquí que en mi casa. Prefiero estar mal con mi
mujer a no estar. Prefiero recluirme en mi mundo a intentar comprender el de mi
hija. Y prefiero contarle esto a usted, una persona desconocida tras la barra
de un bar, que afrontarlo.
- Perdona. Yo sólo le había
pedido otra cerveza. –Fue la respuesta que obtuve de aquella persona.
- Ah, sí, disculpe. –Contesté.
Cogí el vaso de whisky vacío que
estaba sobre la mesa, tiré lo que quedaba de su contenido en el fregadero y lo
dejé en la bandeja del lavavajillas. Cogí el trapo y limpié la estela que había
dejado este tras de sí. Me giré, cogí un vaso limpio y me dirigí al grifo para
llenarlo de cerveza.
- Aquí tiene caballero –Dije
depositando el vaso encima de un posavasos.
- Gracias –Fue todo lo que me
devolvió. Cogió su bebida y se giró hacia el televisor.
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