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lunes, 13 de mayo de 2019

Aqueronte


Pues este relato lo escribí para un concurso cuya temática era "Otra cerveza, por favor". Desgraciadamente y con algo de decepción no ha sido seleccionado finalista. Aún así me gustaría que al menos no se pierda en el olvido.



¿Qué hora será? Miré al reloj. Las dos de la mañana – dije para mí mismo.
Un sábado más me encontraba apoyado en la barra del bar de siempre, rodeado de, básicamente, las mismas personas de siempre. Es un bar oscuro. Al fondo hay varias mesas redondas rodeadas de sillones, en apariencia cómodos. Ahora que lo pienso, llevo viniendo cuatro años y nunca he llegado a sentarme en uno de ellos. En ocasiones veo parejas sentadas hablando relajadamente; otras veces se besan apasionadamente, o simplemente se limitan a beber sin apenas mirarse el uno al otro, de forma que, si me dijeran que son dos desconocidos, me lo creería. Algunas veces vienen grupos de personas que han salido de trabajar y se sientan en aquellas mesas, esperando a que les lleven sus bebidas. Pero a las dos de la mañana esas mesas y esos sillones están ya vacíos. Cuatro hombres, cinco conmigo, somos los que quedamos apoyados en aquella barra de aquel bar oscuro.
Una barra repintada de negro. Se pueden ver huecos de la pintura antigua y burbujas de pintura nueva seca, humedecida por el rastro de las bebidas y marcada por el nulo uso de los posavasos. Algunos de esos hombres visten trajes y otros van trajeados. Yo pertenezco a los primeros. Visto traje, no por gusto, y hace tiempo que dejó de ser obligación. Simplemente lo visto. Cada día me lo pongo y termino en este mismo bar. Sin embargo, los hombres trajeados visten el traje que da gusto.; cuidan el mínimo detalle: que la corbata conjunte con los zapatos o que la camisa sea acorde al traje elegido. Yo ni me molesto, al final siempre visto lo mismo.
Miro al frente y me dirijo al hombre que está al otro lado de la barra, también apoyado como lo estoy yo. El olor a alcohol era tan fuerte que no podía discernir si era mío o suyo. Levantó la cabeza y por un breve instante hicimos contacto visual. Entendí esa unión de nuestras miradas como una invitación a hablar, así que hablé.

-¿Sabe? –Comencé –Estoy ya cansado de siempre lo mismo. ¿Usted no? He pensado en dejar mi trabajo o en divorciarme, ya ni sé las veces. He pensado en quitarme la vida incluso, pero no me he atrevido. Cada día le presto menos atención a mi aspecto. Hace tanto que mi mujer y yo no tenemos sexo que ni me acuerdo. Ya no sé si es que ella está con otro hombre o simplemente no quiere o soy yo que no le atraigo. Aunque siendo sincero, tampoco le pongo mucho interés. A veces miro a mi hija y pienso en si ella tendrá relaciones. De ser así, me alegro por ella, pero la envidio. ¡Ojalá volver a tener veinte años! Sin preocupaciones más allá de estudiar. Con un plato de comida en la mesa. También me acuerdo de mi madre. Que descanse en paz. Y del cabrón de mi padre. Ese malparido nos dejó a ella y a mis dos hermanos con una mano delante y otra detrás. Bendita mi madre que nos consiguió sacar adelante. Aunque perdone que le diga: ¿Para qué? ¿Para acabar en un bar de mala muerte rodeado de borrachos y yéndome a mi casa oliendo a alcohol y cerveza? Si llego a saber que este era el futuro que me deparaba, le hubiera ahorrado a mi madre la carga de sacarme adelante. Me habría encantado haber aprendido música y tocar la guitarra o el piano y haber sido un gran músico. También es verdad que mucho más lejos no han llegado mis hermanos. Uno muerto de varicela, el pobre, a los dieciséis años, y el otro cartero y sufre de gota.
Detuve mi discurso por un momento. Alcancé un vaso abandonado en la barra que aún tenía algo de líquido dentro. Lo miré y moví lo poco que tenía de un lado a otro. Me acerqué a olerlo. Era whisky. Lo volví a dejar en la barra y lo aparté a un lado con la muñeca. Me pareció que mientras hacía este ejercicio el hombre al que me dirigía dijo algo, sólo que no lo entendí o no le presté la atención suficiente.

- ¡Hum! Me encanta el whisky. –Proseguí – No sé cómo puede haber quién no beba esto. Mi hija la primera que lo odia, de hecho, cuando me ve con una copa me dice que es como chupar serrín. ¿Qué sabrá ella? Si a los jóvenes de hoy en día les sacas del vino barato y la coca-cola o de los gintonic, que cada vez se parecen a cualquier cosa menos a una copa, y no tienen ni idea. No tienen ni idea. Todo el día frente al teléfono. Que no salen de casa. El otro día mismo me dice que le dejase dinero, que está de compras. Yo la miraba y estaba tumbada panza arriba en la cama mirando a la pantalla del móvil. Para irse de compras habrá que salir de casa, ¡digo yo! Para colmo mi mujer le da la razón y me llama “carca”. No, si la culpa va a ser mía por rodearme de gente como esta. Trajeada y tan asqueada de su triste vida que están un sábado a las, ¿qué hora es? Las dos y media de la mañana, solos, bebiendo. Aunque os entiendo, sinceramente. Por algo estoy aquí. Volver a casa me asusta. Mi hija vive en un mundo completamente distinto al mío y a mi mujer cada día la veo más lejos, así que si me dan a elegir entre irme a casa y sentirme sólo o estar aquí y estar sólo, prefiero estar aquí. Porque, ¿sabe? No es lo mismo estar sólo que sentirse sólo. Cuando uno se siente sólo es un problema. Pero cuando uno está sólo no se siente sólo. A ver si me explico: sólo nunca estoy porque estoy conmigo mismo. Pero cuando voy a mi casa, hay algo de mí que ni me aguanta. Mi hija se encierra en su habitación y mi mujer, aunque está ahí sentada en el comedor conmigo, está completamente ausente. Que también pienso yo, que igual no le doy el clima propicio para conversar. Porque en esta vida todo tiene dos caras y no todo será cosa suya. Algo mal haré yo también para preferir estar aquí sólo que allá con ellas.

Hice una breve pausa, tomé aire y mirando hacia arriba continué:
- ¿Sabe qué es lo peor de todo? Que en realidad tampoco quiero hacer nada por mejorarlo. La desesperación me inunda y la respiración me es cada día más pesada. Estoy tan sumido en esta rutina y en esta mierda que no tengo ni ganas de hacer nada por cambiarlo. Son muchos años igual y me parece hacer demasiado esfuerzo a estas alturas. Ahora, que si ella hace algo… quizás le corresponda…quizás haga yo por estar bien. Qué fácil es pasarle la pelota a la otra parte, ¿verdad? ¿Ve? No es más que una muestra más de que no quiero cambiar nada, de que mi vida está mal y que mientras no vaya a peor, me conformo con que así siga. Que se mantenga lo mal que está y que no vaya a peor. Con eso me conformo. Prefiero estar sólo a sentirme sólo. Prefiero estar aquí que en mi casa. Prefiero estar mal con mi mujer a no estar. Prefiero recluirme en mi mundo a intentar comprender el de mi hija. Y prefiero contarle esto a usted, una persona desconocida tras la barra de un bar, que afrontarlo.
- Perdona. Yo sólo le había pedido otra cerveza. –Fue la respuesta que obtuve de aquella persona.
- Ah, sí, disculpe. –Contesté.
Cogí el vaso de whisky vacío que estaba sobre la mesa, tiré lo que quedaba de su contenido en el fregadero y lo dejé en la bandeja del lavavajillas. Cogí el trapo y limpié la estela que había dejado este tras de sí. Me giré, cogí un vaso limpio y me dirigí al grifo para llenarlo de cerveza.
- Aquí tiene caballero –Dije depositando el vaso encima de un posavasos.
- Gracias –Fue todo lo que me devolvió. Cogió su bebida y se giró hacia el televisor.




miércoles, 6 de febrero de 2019

Realidad Alternativa

Imagina tener la capacidad de enmendar todos tus errores, de poder volver atrás en el tiempo siempre que quisieras. ¿Cuántas novelas tratan sobre ello, sobre el efecto mariposa, las líneas temporales, los desdichados y variopintos desenlaces, de las posibilidades? ¿Cuántas películas o series han coqueteado con la dulce posibilidad de manejar el tiempo?

Pues yo puedo hacerlo. Puedo volver atrás en el tiempo, cambiar lo que ocurrió y a diferencia de lo que nos enseña la ciencia ficción, cuando regreso a mi tiempo, nada ha cambiado. Vuelvo a mi era y a mi presente sin que nada haya cambiado.


Entonces, ¿Sirve de algo volver al pasado si no puedo cambiar nada de mi historia?

La verdad es que más allá de volver a mi cuerpo de mujer de 17 años y revivir experiencias de nada más me sirve.

Me ha ayudado como digo yo a "parar" mi propio tiempo, a utilizar estos viajes como una cápsula del tiempo con la que poder estudiar para un examen difícil, leer o pensar largo y tendido antes de tomar una decisión. Porque por muchas cosas que cambié, y te aseguro cambié multitud de cosas, nada, absolutamente nada en mi presente, ha cambiado.


Por lo que tengo este poder, esta habilidad y de nada me sirve. No envejezco ni más rápido ni más despacio. Mi cabeza no va a estallar por recordar hechos de una nueva linea temporal alternativa. La gente de mi alrededor me conoce y aquellas personas que conocí volviendo atrás, no saben ni que existo. De hecho, en una ocasión me obsesioné con un ex novio y utilizaba los viajes para revivir las experiencias juntos. Pero al final me terminé dando cuenta yo sola por qué me dejó, ya que yo vuelvo atrás siendo quien soy en el presente y aunque volviera a ese tiempo, el mío seguía su curso. Ni para trastornarme sirve.


Así que si lees esto y por algún casual eres de una línea temporal distinta o de una realidad alternativa te doy las gracias por haberme enseñado que se puede utilizar el tiempo del pasado para cambiar o avanzar en el presente, pero que de nada vale cambiar lo pasado porque ya forma parte de nosotros.

El pasado es pasado y al presente se le llama así porque es un regalo.

Atte:

Lex   
2131 D.C.  

domingo, 13 de enero de 2019

El Festival de Vata

Vivo en una aldea portuaria, prácticamente vacía. Habitada nada más que por marinos pasantes. Las pocas familias que viven aquí durante el año, poseen negocios orientados a la pesca. Apenas hay jóvenes adultos, la mayoría se terminan yendo a las ciudades más grandes. Ahora que lo pienso es curioso que apenas haya jóvenes adultos. Si acaso una decena y todos ellos emparejados... 
Al cumplir los 21 años, se celebra el festival de Vata. Este va a ser mi año. Mi cumpleaños suele coincidir con el solsticio de invierno. Se suele elegir el día con más viento cercano a esa fecha.
Hay una leyenda en mi aldea que habla de que una noche un rugido de Fafnir creó una corriente tan fuerte de aire que desoló la mitad de la aldea y solo los que salieron al mar sobrevivieron.  Por eso se elige el día con más viento próximo al cumpleaños.

Se acerca el día del festival y el viento empieza a ser cada vez mayor. El sonido que hace al pasar por las calles suena como el verdadero rugido de un dragón. Es de madrugada y apenas puedo dormir. El viento no me deja pegar ojo. Y el nerviosismo por el festival tampoco ayuda. He oído historias de cuando fueron mis padres a prestar ofrendas que ahora apenas recuerdo. 

Al día siguiente el viento continuó siendo intenso, era la víspera del festival y el pueblo estaba civilmente calmado. Digo civilmente porque no había un alma en las calles. Otros años el viento era igual de fuerte pero creo que nunca me había dado cuenta de su verdadera intensidad. Apenas se podía estar en la calle. Pasé el día en casa imaginando oír voces en los soplos de aire. En ocasiones se oían palabras claras como: "Arranca". En un tono rasgado y como si se susurrase a gritos. El viento era desolador, penetraba en mi cabeza como una corriente de ideas.
De pronto me vi a mi mismo en el jardín de atrás de mi casa, siendo golpeado por el fuerte vendaval. Cuando me quise dar cuenta estaba en el suelo tratando de evitar que una pala me abriera la cabeza al ser desplazada por la corriente. Me di la vuelta y vi que estaba a más veinte pasos de la puerta de casa. Luché por ponerme de pie. Tarea difícil si tratas de evitar que te golpeen diversas herramientas movidas a toda velocidad por el viento recio. No pude esquivar un rastrillo que me arañó la cara como si de un zarpazo se tratase.
Conseguí ponerme de pie y corrí como pude a cobijarme en el interior de casa. Una vez dentro, cerré la puerta. El aire se quedó fuera golpeando la puerta de cristal pidiendo permiso para entrar. Yo estaba prácticamente sordo. Oía un ruido blanco ensordecedor por culpa del viento que me aturdía completamente. ¿Por qué había salido? ¿Cuánto tiempo había estado ahí? Me mire los brazos y tenía algún que otro corte provocado por los objetos voladores. Abría y cerraba la boca tratando de que se fuera ese ruido blanco de mis oídos pero era imposible. Pasaron un par de horas y me encontraba muy mareado, así que cené y me fui a acostar.
Ahora que lo pienso llevo todo el día sin ver a mis padres.... 

A la mañana siguiente era el día del festival y el viento seguía soplando aunque con menos intensidad que el día anterior. Al bajar al salón miré en busca de mi madre. Mi padre estaba en alta mar pero a ella no le encontré por ningún lado. Llamaron a la puerta. Venían por el festival. Me vestí y me llevaron al puerto dónde se celebraba el rito. Llegar allí nos costó. El coche se movía en todas direcciones movido por los golpes invisibles que recibía a cada costado. Una vez allí comenzó. Me llevaron al borde del embarcadero más grande. Era tan largo que daba la sensación de adentrarse en el mismo océano. Una vez allí me dejaron a solas. A la derecha un saco atado a unos cantos. A mi izquierda un ramo de flores. El rito consistía en aguantar allí durante 3 horas siendo golpeado por el viento.
La sensación del tiempo pasar es realmente lenta en esa situación. Y el viento era tan fuerte que las gotas que salpicaban se me clavaban como perdigonazos. De pronto volví a estar sordo como ayer. Y era incapaz de oír mis propios pensamientos. "Avanza". La voz del viento había sido más clara, si cabe, que la última vez. El viento era insoportable, me tapaba los oídos con las manos pero era completamente inútil. No sentía ni mis manos ni mis oídos. Empezaba a estar mareado. Todo me daba vueltas. Los ojos y la boca se me habían secado por completo. Necesitaba agua. Estaba en un embarcadero y necesitaba agua. Por un momento se me pasó la idea de atarme el saco y lanzarme al mar para acabar con el sufrimiento. El agua saciaría mi sed y cesaría el dolor de mis oídos. 
Miré al ramo de flores tratando de evadirme de esa idea. Parecían flores fúnebres, las típicas que llevarías a una tumba. Mis manos se deslizaron de mis oídos a mis ojos y en su camino noté la marca que me había dejado el rastrillo ayer. De pronto todo parecía tener sentido. Me vinieron las imágenes completamente claras. Mi pelea de ayer en el jardín no fue con ninguna herramienta. Era yo golpeando a mi madre en el jardín. Ella me tumbó defendiéndose y me arañó en el proceso. Así que la golpee con la pala lo más fuerte que pude. Mareado traté de levantarme y a partir de ahí la historia se cuenta sola. No entendía como había sido capaz de aquello. Las lágrimas no me salían y mis quejidos se los llevaba el viento, nunca mejor dicho. 
Estaba allí de pie mirando el vasto océano ante mí. Se movía con una fiereza a causa del viento, que devoraría al más grande de los cruceros. Lanzarme no sería suficiente para pagar por mis actos. De pronto noté una mano en mi espalda. Era uno de las personas que me acompañaron hasta aquí. Ya habían pasado las tres horas. Con sufrimiento en mi rostro y decidido a pagar por mi pecado recogí el ramo del suelo y regresé con él al pueblo. El camino se me hizo eterno y las gotas seguían golpeando en mi cuerpo. 
A medida que me acercaba al pueblo oía los vítores y la celebración. Pero era incapaz de compartirla. 
Al llegar alguien me puso una manta sobre mis hombros. Era mi padre. Al que me abracé desconsolado y le pedí perdón. Le di el ramo y dije que era para mamá.

-¿Para mí? -se escuchó a mi espalda- Gracias, hijo. Ya eres un hombre.