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domingo, 13 de enero de 2019

El Festival de Vata

Vivo en una aldea portuaria, prácticamente vacía. Habitada nada más que por marinos pasantes. Las pocas familias que viven aquí durante el año, poseen negocios orientados a la pesca. Apenas hay jóvenes adultos, la mayoría se terminan yendo a las ciudades más grandes. Ahora que lo pienso es curioso que apenas haya jóvenes adultos. Si acaso una decena y todos ellos emparejados... 
Al cumplir los 21 años, se celebra el festival de Vata. Este va a ser mi año. Mi cumpleaños suele coincidir con el solsticio de invierno. Se suele elegir el día con más viento cercano a esa fecha.
Hay una leyenda en mi aldea que habla de que una noche un rugido de Fafnir creó una corriente tan fuerte de aire que desoló la mitad de la aldea y solo los que salieron al mar sobrevivieron.  Por eso se elige el día con más viento próximo al cumpleaños.

Se acerca el día del festival y el viento empieza a ser cada vez mayor. El sonido que hace al pasar por las calles suena como el verdadero rugido de un dragón. Es de madrugada y apenas puedo dormir. El viento no me deja pegar ojo. Y el nerviosismo por el festival tampoco ayuda. He oído historias de cuando fueron mis padres a prestar ofrendas que ahora apenas recuerdo. 

Al día siguiente el viento continuó siendo intenso, era la víspera del festival y el pueblo estaba civilmente calmado. Digo civilmente porque no había un alma en las calles. Otros años el viento era igual de fuerte pero creo que nunca me había dado cuenta de su verdadera intensidad. Apenas se podía estar en la calle. Pasé el día en casa imaginando oír voces en los soplos de aire. En ocasiones se oían palabras claras como: "Arranca". En un tono rasgado y como si se susurrase a gritos. El viento era desolador, penetraba en mi cabeza como una corriente de ideas.
De pronto me vi a mi mismo en el jardín de atrás de mi casa, siendo golpeado por el fuerte vendaval. Cuando me quise dar cuenta estaba en el suelo tratando de evitar que una pala me abriera la cabeza al ser desplazada por la corriente. Me di la vuelta y vi que estaba a más veinte pasos de la puerta de casa. Luché por ponerme de pie. Tarea difícil si tratas de evitar que te golpeen diversas herramientas movidas a toda velocidad por el viento recio. No pude esquivar un rastrillo que me arañó la cara como si de un zarpazo se tratase.
Conseguí ponerme de pie y corrí como pude a cobijarme en el interior de casa. Una vez dentro, cerré la puerta. El aire se quedó fuera golpeando la puerta de cristal pidiendo permiso para entrar. Yo estaba prácticamente sordo. Oía un ruido blanco ensordecedor por culpa del viento que me aturdía completamente. ¿Por qué había salido? ¿Cuánto tiempo había estado ahí? Me mire los brazos y tenía algún que otro corte provocado por los objetos voladores. Abría y cerraba la boca tratando de que se fuera ese ruido blanco de mis oídos pero era imposible. Pasaron un par de horas y me encontraba muy mareado, así que cené y me fui a acostar.
Ahora que lo pienso llevo todo el día sin ver a mis padres.... 

A la mañana siguiente era el día del festival y el viento seguía soplando aunque con menos intensidad que el día anterior. Al bajar al salón miré en busca de mi madre. Mi padre estaba en alta mar pero a ella no le encontré por ningún lado. Llamaron a la puerta. Venían por el festival. Me vestí y me llevaron al puerto dónde se celebraba el rito. Llegar allí nos costó. El coche se movía en todas direcciones movido por los golpes invisibles que recibía a cada costado. Una vez allí comenzó. Me llevaron al borde del embarcadero más grande. Era tan largo que daba la sensación de adentrarse en el mismo océano. Una vez allí me dejaron a solas. A la derecha un saco atado a unos cantos. A mi izquierda un ramo de flores. El rito consistía en aguantar allí durante 3 horas siendo golpeado por el viento.
La sensación del tiempo pasar es realmente lenta en esa situación. Y el viento era tan fuerte que las gotas que salpicaban se me clavaban como perdigonazos. De pronto volví a estar sordo como ayer. Y era incapaz de oír mis propios pensamientos. "Avanza". La voz del viento había sido más clara, si cabe, que la última vez. El viento era insoportable, me tapaba los oídos con las manos pero era completamente inútil. No sentía ni mis manos ni mis oídos. Empezaba a estar mareado. Todo me daba vueltas. Los ojos y la boca se me habían secado por completo. Necesitaba agua. Estaba en un embarcadero y necesitaba agua. Por un momento se me pasó la idea de atarme el saco y lanzarme al mar para acabar con el sufrimiento. El agua saciaría mi sed y cesaría el dolor de mis oídos. 
Miré al ramo de flores tratando de evadirme de esa idea. Parecían flores fúnebres, las típicas que llevarías a una tumba. Mis manos se deslizaron de mis oídos a mis ojos y en su camino noté la marca que me había dejado el rastrillo ayer. De pronto todo parecía tener sentido. Me vinieron las imágenes completamente claras. Mi pelea de ayer en el jardín no fue con ninguna herramienta. Era yo golpeando a mi madre en el jardín. Ella me tumbó defendiéndose y me arañó en el proceso. Así que la golpee con la pala lo más fuerte que pude. Mareado traté de levantarme y a partir de ahí la historia se cuenta sola. No entendía como había sido capaz de aquello. Las lágrimas no me salían y mis quejidos se los llevaba el viento, nunca mejor dicho. 
Estaba allí de pie mirando el vasto océano ante mí. Se movía con una fiereza a causa del viento, que devoraría al más grande de los cruceros. Lanzarme no sería suficiente para pagar por mis actos. De pronto noté una mano en mi espalda. Era uno de las personas que me acompañaron hasta aquí. Ya habían pasado las tres horas. Con sufrimiento en mi rostro y decidido a pagar por mi pecado recogí el ramo del suelo y regresé con él al pueblo. El camino se me hizo eterno y las gotas seguían golpeando en mi cuerpo. 
A medida que me acercaba al pueblo oía los vítores y la celebración. Pero era incapaz de compartirla. 
Al llegar alguien me puso una manta sobre mis hombros. Era mi padre. Al que me abracé desconsolado y le pedí perdón. Le di el ramo y dije que era para mamá.

-¿Para mí? -se escuchó a mi espalda- Gracias, hijo. Ya eres un hombre.